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- ¿Dónde quedará el arte? - me
preguntaba con una infumable cara de boba medio muerta.
Agobio, bultos humanos rientes, pringosos, con sus
cáscaras-sonrisa. Mi culo no se movía un centímetro del asiento. El triste
asiento del aula universitaria.
•
Ayer daba de comer a los caballos-
seguía diciendo, entre mí- y hoy engullo horas de charlatanismo pagado. Qué
razón tenía Wilde al decir que “no hacer nada es lo más intelectual del mundo.”
Y, entonces, mientras un hombre gordo leía en voz alta unos
apuntes amarillentos, me puse a imaginar la conversación entre un hombre y una
mujer de diferentes países atrapados en un ascensor; mi mente deambuló por
varios paisajes: reflexioné sobre los
términos metabolizar e intransitivo, jugué a encontrar
analogías entre la música de Bach y el toreo, el material bélico y el
tabaquismo, y después esperé a que dios
se posara en el discurso del profesor barrigudo, que dijo:
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- La poesía es un instante quieto. Hay
que esperar a que nos divierta el aburrimiento.
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