miércoles, 11 de noviembre de 2015

Presentación de una Kamikaze Órfica

Mi mejor amigo, una vez me regaló una falda de bruja que él mismo había cosido. En la dedicatoria decía:  “Para la maga de invierno, con una pizca de sol y una onza de cariño”. Este comentario tiene una mezcla de ego y amor. Amor es bosque. El ego es el gran enemigo de la creatividad. Mi mayor miedo es una máscara con mis propios ojos detrás.
¿Cómo me gustaría ser? Maga, acróbata, bailarina, cantante, escultora, pintora. Bicicleta y patines. Melena larga y abundante. Cuerpo de Sílfide. Sonrisa eterna.
Con todo, me recomiendan olvidarme un rato de todo aquello: Humildad, coraje, dirección. Dejar el escepticismo al lado. Mi función es hacer el trabajo, no juzgarlo.
Sale en Aurélie de G. Nerval. La arquitectura imposible. La superestructura. La colmena social. Mi condena: intentar meter en un saco los libros sagrados de un sueño, en vez de leérmelos dentro del propio sueño.
La escritura es holística, toca muchas facetas del ser humano.
Mi primer cuento publicado nació gracias al mal genio de mi padre, La mujer pájaro. Jamás habría nacido sin él. Curiosamente, la madre del cuento casi no existe. Es una voz imaginaria, un ser astral sin lugar en el mundo.
Aún  no he escrito la carta al editor que me publicaría. Me da lo mismo. Me siento canal de una fuerza cósmica. Quizá garabatear sobre un libro blanco manchándome los dedos de tinta sea una gran manera de no decir nada. Pero yo creo, como los griegos, que el verdadero poeta memoriza de antemano los 1000 mejores poemas de todos los tiempos y después se pone a escribir.
 Tantos obstáculos para dictar la primera frase, para despertar del ensueño del folio en blanco y emborronar la línea de la destrucción del vacío. Mientras sucede, la mente fluye y no se paraliza, la mente-río no se apelmaza en las comisuras de los labios, ese stop traslúcido.
 Tengo un nudo en el estómago, libropesía y diabliposas; tengo el alma mareadófila y el plexo solar embozado con la bilis negra de la melancolía. Los genes maternos y paternos pugnan como Baal y Mot, la mirada tiene dunas de desierto. Hay una flecha en el corazón: el hombre del saco mete mis vísceras en su bolso de fieltro. No puedo dejar de escribir si no quiero el ayayay, el oyoyoy, el uyuyuy, aquí, en el centro; desequilibrando las partituras de la glándula pineal, creando atascos en el hipotálamo, deshaciendo días y noches y días y noches y días y noches de ansiedad, angustia, rúbrica y lágrima. El nudo del estómago, incapaz de digerir la vida, ese esófago rodeando el cuello en vez de habitarlo, circundando la nuez como una horca inquisitorial.
 El chantaje soterrado es la gota malaya. Tabardillo vertebral, osteoporosis de los ideales de antaño. Las uñas mordidas no comprenden los infiernos de dudas que las devoran a diario, ese canivalismo incipiente. Canivalismo autofágico: mi padre es Cronos.
La lepisma-lágrima deglute lentamente el libro de ADN del cuerpo. El tumor genera agujeros negros; nadie olvida la tragedia intravenosa, el pecado original mientras se nace. Odio y cuánto, nudo gordiano del estómago.
Yo soñé con este párrafo; yo supe que, después de tocar fondo, escribiría para hablar con el artista creador de este mundo. El lenguaje y la escritura son el privilegio de los magos. Y yo siempre seré guardiana de este patrimonio.

El escritor tiene que encontrar su misión. Hay una historia que debe contarse, que no debe quedar entre amigos. Aunque yo sigo dispersándome. Pretendo hacer las 20.000 cosas a la vez: en el momento en que vayas a una, el universo se abrirá instantáneamente.

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