viernes, 18 de diciembre de 2015

Historia de mi vida sexual


Cuando era niña me contaron cuentos de princesas y de príncipes azules. Hasta los cinco años, creo que fui libre sexualmente, dado que todo el placer sensual que necesitaba me lo proporcionaba esa percepción poética de la realidad que tienen los niños, antes de ser expulsados del paraíso. Es decir, no necesitaba a nadie para jugar. Aquello era liberador.

Con apenas cinco años, después de perder la Inocencia (robé un puntafina a mi hermano; por aquel entonces, tenía prohibido escribir con bolígrafo, sólo podía usar minas de grafito) empecé a escribir cuentos de niñas que se escapan de casa y se pierden en un bosque, hasta que encuentran a un hada madrina que les devuelve al hogar.

Después de perder la primera inocencia, empecé a enamorarme platónicamente de niños de mi clase. Acostumbraba a engañar a los demás sobre el niño que me gustaba, para que fuera un secreto. Mis juegos amorosos se limitaban a miradas furtivas y a la construcción de una maravillosa cueva de Alí Babá donde imaginaba que íbamos a jugar muchos niños juntos, entre ellos, mi amado.

A los once años, me enamoré de un chico al que sólo vi un día, y soñé con él durante dos años. Era el primo hermano de mi primo hermano. Cada día a la misma hora escuchaba una canción que me recordaba ese día. Recordaba que estuvimos juntos en un parque de atracciones, y que cuando estábamos en la “Alfombra de Aladino”, yo me resbalé de mi asiento y me fui volando de manera que me quedé sentada sobresus piernas. Le escribí una bella carta de amor que él leyó llorando dos años más tarde, cuando yo ya no le amaba con apego imaginario.

En el verano de los trece años, después de hacer un hechizo en el que bailaba desnuda para la Luna Llena e invocaba a Hécate, tuve mis primeros rollos sexuales. Era la mascota de un grupo de veinteañeros que montaban orgías en una casa, de la que yo conseguí una copia de las llaves después de urdir un plan. Veía a mucha gente follando en esa casa. Yo aún no tenía ni la regla, y era virgen. A veces, los chicos me proponían juegos amorosos, pero me limitaba a declinar propuestas con una sonrisa, y a escribir poesía obscena que nunca enseñé a nadie, tumbada sobre el sofá del comedor.

En el pueblo de mi padre, a veces los chicos me tiraban contra una pared. Nos magreábamos con curiosidad y nos dábamos besos interminables que podían durar horas. Nunca había penetración ni desnudos.  Yo no me excitaba aún del cuerpo, sólo de la mente.

Allí, en ese pueblo andaluz, me enamoré por primera vez de un chiquillo al que amaba tanto que nunca pude besar. Pese a todo, me enrollé con el chico más guapo y deseado del pueblo, al que llamaban “el Meca” (mote que aludía a su condición de rompebragas o “mecánico de corazones”). Él quiso hacerme perder la virginidad, pero yo me negué rotundamente.

A los diecisiete, murió mi primer amor, de un accidente laboral. Soñé con él el día de su muerte. Cuando me enteré de aquello, me metí en el mar vestida y nadé hacia adentro. Aquí viví el tópico del "amante fantasma".

Pero yo ya tenía un noviete desde los quince, con el que duré seis años y con el que perdí la virginidad en un bosque.  Nos desvirgamos mutuamente. Hacíamos el amor todos los viernes en su casa, cuando sus padres se iban a trabajar. Aquello era glorioso. Hacíamos el amor en todas partes. Era batería de un grupo de música, hacíamos “viajes suicida” y leíamos a todos los escritores surrealistas y bohemios. También, por esa época, tenía una amiga, Alice Vannoy, a la que amaba con delirio. Con ella inventamos un mundo imaginario. A veces, tenía sueños eróticos con ella, pero nunca se lo dije.

Había empezado la universidad y un día tuve un flechazo al entrar en un bar. Era miércoles. Allí hacían recitales de poesía. Ese amor tardó dos años en empezar. Duró siete años, y tuve con él a mi hijo, Sàgar. Cuando me separé de ese amor, sentí tanto dolor que me propuse repasar todos mis fragmentos de diario acerca de nuestra historia para comprender dónde habíamos errado y por qué me llegué a sentir tan triste y asfixiada. Entre otras cosas, la crianza y las responsabilidades familiares -mi madre murió de cáncer, tres años antes que mi padre-, destrozaron nuestra armonía de pareja. La familia era sufrimiento. La familia nuclear era sufrimiento.

Estuve un año ejerciendo de zorra poliamorosa dentro de una tribu de artistas irresponsables.

Dos años más tarde, tuve otra relación con otro chico. Él era un cirquero. Le conocí en Ibiza mientras yo estaba de gira con un grupo de música bizarro y experimental.  Fue la relación más corta e intensa. Se  saldó con dos abortos. Es la primera relación que tuve siendo madre ya.

Estuve un tiempo ejerciendo de célibe sublimante, calientapollas mental.

Después, conocí a Il, un ángel caído, que me hizo comprender cómo el placer y el sufrimiento están relacionados. Es quien más me hizo abusar de la palabra, debido a que constanemente me prohibía su uso. Il es sadomasoquista. Me enseñó sobre el delirio mental de ser atormentado por el deseo. Con Il aprendí a renunciar al objeto del amor.

El 29J, un día después del Ramadán, conocí a Jonhy. Jonhy me recuerda a Alice Vannoy, pero con la peculiaridad de que es un chico. Nuestros encuentros son imaginativamente muy intensos. Siento mucho amor, respeto, libertad. Con él empecé a acudir al Taller de Marionetas de Pepe O Tal. Con él fui al laberinto de Horta por la noche y jugué un tiempo a saltar verjas. Con todo, mi deseo sexual era más grande que el suyo. Regresó la sombra de Il.

Año más tarde, vi el brillo en la mirada de un marinero.

¿Y ahora? Imagino el cuento de un ser transparente que empatiza con todo cuanto tiene delante. El hombre mira a una flor, y la flor se mira en él.  Escribe un poema en una cuerda. Ese poema se llama Siempre nunca sintigo.


Colligo virgo rosas

Hay algo que brilla y que hace que la existencia cobre sentido. Ese algo te llama con sensualidad ardiente, tiene una forma física atractiva.

El eterno femenino


Todas las mujeres pueden llegar a sentir el deseo oculto de convertirse en un hito sexual. Yo, personalmente, siempre he querido parecerme a Jim Morrison en mujer. Diva y poeta. Pero sólo por sirenismo. Por inspiratrix. Es la necesidad de encarnar el eterno femenino. Acepto mi necesidad sensual creativa. 

domingo, 6 de diciembre de 2015

Carta de motivación para trabajar en una revista de eventos culturales

Soy hipersensible, escribo compulsivamente desde que tenía uso de razón, necesito la chispa en el día como la copa de vino en la noche, sólo creería en un dios que supiera bailar y cualquier lugar es mejor que estar muerto.
 
 Que no se fotocopien los días, quiero el espacio-tiempo idóneo para emborracharme con el aire.
 
Soy poeta y pintora, estoy terminando un doctorado sobre manuscritos teatrales y estoy hasta el gorro del academicismo pedantón de las aulas. Habría dejado la Universidad si no viviera de ella. Me huelo que de aquí a unos meses acabaré la tesis y entonces tendré la posibilidad de encerrarme en mi estudio del Raval para crear un mundo nuevo para regalároslo.
 
Me hace ilusión inspirar a otros, por eso os ofrezco mi imaginación, sonrisa y palabras. ¿En qué consiste exactamente lo que buscáis? ;)