Entonces, puedo salir, sin miedo, porque habré aprendido a
crear con el cuerpo. Él, convertido ya en un templo, llorará por el tiempo
perdido. Entonces, por qué miraba así tras los cristales. Por qué deshice las
evidencias del mundo y eché a suertes la libertad, palpitación inteligente. Por
qué, temerosa bajo las sábanas, invocaba otros mundos, sueños mágicos, y
observaba con melancolía un horizonte cubierto de hormigón. Me faltaba, tal
vez, ese cómplice invisible, ese otro corazón en el útero, la costumbre de
soledad acompañada, su canción sencilla y transparente. La costumbre de la
soledad acompañada, el silencio familiar en el hombro.
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