Una rojilla en el metro, un hombre con pinta de
yonki de la introversión, cenefas en el techo del vagón del metro, océanos en
las miradas, mundos que no acaban en la letra. Toda esta letra para acabar
inventando lo que no existe. Después de vomitar la circunstancia, la mierda
residual diaria, el hombre encuentra el espacio idóneo para invocar a las musas
y ser el canal de los dioses.
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