Una
parada de tren. Montaña y charco al lado. La habitación del delirio, con un
retrato de V. Woolf en la puerta. Un cuarto lleno de juguetes, inventados y por
inventar. Un sombrero de los sueños. El Ave Fénix rollizo, tan gordo que
ocupará la masa de tres o cuatro Aves Fénix de corral.
Podría encontrar la inspiración tan
fácilmente. Bastaría decir SÍ con un megáfono. Sería tan sencillo como
chasquear los dedos o encender la luz y encontrar una idea sonriente,
acurrucada en un trastero, metida dentro de una caja, sin misterios, con ganas
de hacer la crisálida y volar en forma de libro, escultura, cuadro, monumento,
¡Eureka!
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